La víspera del juicio, Adolf Hitler era una figura política menor, si bien bastante ambiciosa, a la que un grupo relativamente pequeño de incondicionales idolatraba. En la prensa internacional, su nombre seguía apareciendo mal escrito, y los perfiles biográficos que le dedicaban contenían numerosas imprecisiones (…) En cuanto comenzara el juicio, sin embargo, esos días estarían contados”, escribe David King en su El juicio de Adolf Hitler. El putsch de la cervecería y el nacimiento de la Alemania nazi. La cita del historiador estadounidense viene a cuento de una fecha clave para entender uno de los primeros hitos del ascenso del líder nazi al poder en Alemania para, desde allí, perpetrar la tragedia humana más sangrienta del siglo XX.
El día en cuestión fue el martes 1 de abril de 1924 -hace exactamente 101 años-, cuando el Tribunal Popular de Múnich, presidido por el juez Georg Neithardt, condenó a Hitler, por entonces cabecilla del recién nacido Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), y a cuatro de sus secuaces por el intento de golpe de Estado contra el gobierno de la República de Weimar iniciado el 8 de noviembre del año anterior en la cervecería Bürgerbräukeller de esa ciudad. La movida -que pasó a la historia como “el pustch de la cervecería” – fracasó, Hitler fue detenido y llevado a juicio por alta traición y el asesinato de cuatro policías, cargos que podían acarrearle la pena de muerte. Sin embargo, a la hora del fallo, la sentencia sorprendió: le dieron apenas cinco años de cárcel.
Si la pena fue exigua, los beneficios que el juicio le brindó a Hitler fueron altísimos. Pese a que el proceso se realizó a puertas cerradas, el tribunal habilitó la presencia de periodistas alemanes y corresponsales extranjeros, que en sus crónicas amplificaron el alcance de los discursos del líder nazi al punto de convertir el banquillo de los acusados en una tribuna política. Le sirvió para reafirmar su liderazgo en el NSDAP y mostrarse como figura casi excluyente de la ultraderecha alemana al asumir toda la responsabilidad del golpe. “No he acudido ante el tribunal para negar nada ni evitar mis responsabilidades. Este golpe lo he llevado a cabo solo. En última instancia, soy el único que lo deseaba. Los demás acusados únicamente han colaborado conmigo al final. Estoy convencido de no haber deseado nada malo. Cargo con la responsabilidad de todas las consecuencias. Pero debo decir que no soy un criminal y que no me creo tal, todo lo contrario”, dijo en una encendida declaración frente a los jueces. Pero no fue solo eso, también aprovechó su estancia en la prisión para dictarle a Rudolf Hess el libro que se convertiría en la biblia nazi, Mein Kampf (Mi Lucha).